Cada ojeada entre aquellas paredes se hacia diferente.
Las fotos que colgaban de la pared, algunas frases y una melodía que quería sonar mas fuerte que el silencio.
Acariciaba la realidad dándome cuenta de que no era tan terrible como creía.
Pero con la certeza de que nadie vendría a mejorar las cosas por arte de magia.
Ya que pocas veces habría sido escuchada verdaderamente, sin que alguien esperara algo que recibir a cambio.
Que ni el mejor amigo de la infancia, ni una nueva pareja, o el familiar más cercano
serían los que me cambiarían la vida si yo no lo hacía.

Regalos de la vida. Ya sean fracasos, enfermedades, despedidas, golpes, o accidentes.
Sea lo que sea, siempre tendremos que abrir ese regalo.
Pudiendo aceptarlo, sin querer ver lo que contiene, o desenvolviéndolo para aprender de el.
Pero no, normalmente no. Solo nos limitamos a permanecer en silencio.
Sin escuchar, y aceptando lo que nos quede por venir.
Sin intentar cambiarlo, quejándonos y reprochandole al destino todos los por qués.
Y es entonces cuando los duros golpes y los fracasos se multiplican.
Aunque no es la suerte la que se ceba con nosotros,
si no la vida, que de nuevo,
nos intenta repetir su mensaje.
Ese, que en su día, no vimos.
O aquel que no quisimos ver.
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