Lo bueno y lo malo a la vez.
Como las mañanas de sol, el despertar de un día de verano, como las tardes a dos.
Por llevar a extremos sus caprichos, por renunciar ante un futuro.
Proyectaba confianza y aprendió a reírse de su propia sombra.
La conocían por renunciar de numerosas bocas. Por cansarse ante las buenas.
Podía reír a carcajadas con ellas, sabiendo que al llegar a casa todas se desvanecerían.
Las miradas, aquellas caricias, sus manos.
Ninguna de estas significarían nada al llegar la noche.
No le harían perder la cabeza, ni echar de menos el hueco que había en su cama.

Por los reproches, pedidas de cariño, o los besos, cuando no le quedaban ganas de más.
De la noche a la mañana, acababan con ella. Aún siendo esta la que tomaba la decisión.
La conocían por apariencias y prejuicios.
Por sus libros, y palabras. Por empezar una y otra vez.
Por el odio a la monotonía, horas trilladas o propuestas a medio cocinar.
Era calma y frenesí a la vez, tenía ganas de todo, de vivir y exprimir cada uno de los minutos de su tiempo, a los que se aferraba con fuerza entre canciones.
La señalaban por elegir estar sola, sin ningún hombre que no comprendiera su libertad.
Tal vez porque alguien hace algún tiempo la encontró, y le hizo sentir la magia que hoy se le escapa de los dedos.
Proyectaba felicidad, en todos sus momentos. Aunque también le gustaba llorar, decía que era necesario, que los sentimientos había que demostrarlos, que enseñarlos y compartirlos.
También rebuscaba en sus propios defectos, a pesar de que sabía que algunos de ellos no serían capaz de cambiar, pero que le hacían alejarse de todo aquello que no le dejaba ser feliz.
Solo buscaba ser ella misma, sin esperar ser nada para nadie.
Aprendiendo con el tiempo que aquellas personas, que pasan por tu vida en un visto y no visto, suelen ser las que más te marcan.
Y aunque alguna vez la conocieron por hablar de ella,
ya nunca más,
ha vuelto a ser la misma.
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